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8. Estambul

Buscando economía, todos llegamos a Estambul en distintas aerolíneas, de modo que los horarios y los aeropuertos diferían. Siendo esta una ciudad de 20 millones de habitantes, era difícil ubicar un punto de encuentro, con el agravante de que Fatma, nuestro contacto y administradora del apartamento que habíamos alquilado (AirB&B, regio), no hablaba sino turco y vivía lejos. Aterrados de no volvernos a encontrar nunca en semejante ciudad, con ayuda de Oscar desde Beyrut, ubicamos el café Lavazza, justo en frente a la torre Gálata donde estaba nuestro palacio. Y allí fuimos llegando, a lo largo del día. Al otro día llegó Natalia Helo que venía de París. 

Matías y Juliana fueron los primeros en subir a la Torre.

Esa tarde salimos a dar un paseo por el sector de callecitas empinadas que conducen a Beyoglu o a Eminonu, adivinando los caminos por donde andaría Pamuk en su infancia, y con la secreta esperanza de encontrarlo al voltear cualquier esquina de la mano de su papá, que lo llevaba a mirar las bellas casas de madera a lo largo del Bósforo. Y que él más adelante dibujaba o fotografiaba, antes de su desaparición devoradas por el fuego. Y tiene razón Pamuk, no quedan casi.*

* Leer “Estambul”, por supuesto, pero también “Cevdet Bey e hijos”, una saga familiar a lo largo del siglo XX, su primera novela, o “La Maleta de mi padre”, porque es divino y es el discurso que dio al recibir el Nobel 2006, cuando su padre que siempre quiso que fuera escritor, ya se había muerto.

Al caer de la tarde las riberas del Cuerno de Oro se llenan de gente pescando. El Cuerno es el estuario a la entrada del estrecho del Bósforo, que divide la ciudad de Estambul en europea al occidente y asiática al oriente. Ha funcionado como escondite a lo largo de los siglos, protegiendo los barcos de griegos, romanos, bizantinos y otomanos durante las muchas y variadas guerras de la región.  A los pescadores no les importa el ruido, ni los barcos, los ferrys, o los yates. Tienen en frente esa ciudad maravillosa y sin igual, bajo la luz más mágica, la del sol oblicuo, por la que los cineastas suspiramos y que no en balde se llama “la hora mágica”. Y si además cae un pescadito, ¡la felicidad es completa!

Nos fascinó esta ciudad en la que en 20 minutos de paseo en barco se pasa de Europa a Asia. Y el tranvía, que recorre la ciudad, silencioso, sin tener que desbaratar las calles, el que nunca le dejaron hacer a Petro en Bogotá,  fue nuestro medio de locomoción preferido (después de los barcos). También ensayamos el metro, y el teleférico que partía una cuadra más arriba de nuestra casa. Con todo ese sistema de transporte nos fue fácil devorarnos Estambul. El fácil, el de los turistas... Nos contaron que todo ese sistema de transporte, lindo y nuevo fue obra de Erdogan cuando alcalde de Estambul. Vueltas que da la vida....

Cuando anocheció nos sentamos bajo el puente en el "Galata Balik" y nos comimos unos maravillosos calamares a la Romana y unas anchoas no tan buenas. Con una botella de vino blanco turco. Fuimos felices.

Por un contacto de Matías, descubrimos al maravilloso Vágner Rodrigues, brasilero instalado en Estambul y quien trabaja como profesor de portugués y de francés en la Universidad. Nos mostró el barrio asiático y su gastronomía sin par.

Después Lucas y Juliana cada vez que tenían que hacer una fotocopia, iban en barco hasta el Asia.

Y no nos podíamos perder del Souk, como de “Las mil y una noches”, el bazar cubierto más grande del mundo, donde todo se puede encontrar, chino, francés, sueco o guatemalteco.  

En esos días nos había llegado el mail del Festival de Cine de la India anunciándonos que teníamos tres noches de gala, y un desfile en "red carpet".  Nos habíamos ido de viaje sin galas ni lentejuelas, vestidos de turistas, de tennis, jeans y "doudous" inflados.

En el Souk completamos nuestro disfraz de turistas otomanos.

Aunque no lo necesitara, al ver la caja del bolero, Matías se animó a embolar sus botas. Casi por el mismo precio, dijeron ellos con convicción que nos pareció dudosa, prometieron arreglarle los agujeros de su chaqueta.

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